miércoles, 27 de marzo de 2013

Sarah O'Bannon

Antiguamente, a los ataúdes se les hacía un agujero, conectado a un largo tubo de cobre y a una campana. El tubo permitiría respirar a las personas que fueran tomadas por muertas y enterradas aún con vida.

Una noche, en el cementerio de cierto pueblito, el enterrador local escuchó el tañido de una campana. En ocasiones, los niños trataban de jugarle una broma, y en otras, lo que escuchaba era sólo el viento. Decidió ver cuál era la causa del sonido y se dio cuenta que esta vez, no era ninguna de las dos. Una voz que provenía desde lo más profundo, rogaba por ser desenterrada.
-¿Eres tú Sarah O'Bannon?- Preguntó el hombre.
-¡Sí!- Contestó la enmudecida voz.

-¿Naciste el 17 de septiembre de 1827?.

-¡Sí!

-La lápida dice que moriste el 20 de febrero de 1857.

-¡NO! ¡ESTOY VIVA, FUE UN ERROR! ¡DESENTIÉRREME, LIBÉREME!.
-Lo siento, señorita- dijo, mientras arrancaba la campana y cubría el tubo con tierra. -Pero ya estamos en agosto. Sea lo que sea, estoy endemoniadamente seguro de que ya no está viva… y de que tampoco volverá a subir-.


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